El director mexicano Alejandro González Iñárritu explora en su más reciente producción 'Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades', un torrente de imágenes y sonidos que empujan al espectador a reflexionar sobre la vida a través del viaje de Silverio, un periodista interpretado por el actor Daniel Giménez Cacho.
El actor, de paso por Washington para el lanzamiento de la cinta, conversó con la Voz de América sobre esta pieza del laureado cineasta ganador del Oscar, El Globo de Oro y otros premios de la industria cinematográfica.
Giménez Cacho considera su interpretación de la mano de Iñárritu como “una carta de amor a México”, que el director enriquece con matices de su propia vida y que nos empuja a reflexionar y a “hacer contacto con uno mismo”.
Los críticos también se han centrado en el mosaico de México y mexicanos que refleja Iñárritu con esta cinta, estrenada en septiembre en el Festival de Venecia, Italia.
Este filme expone, con múltiples capas y claroscuros interconectados, la emoción atorada en el personaje principal Silverio Gacho, que lleva a cuestas el éxito, la fama, el reconocimiento y el rechazo. También afloran los conflictos de identidad como un precio pagado por la migración. La de Silverio contrastada con las de otros en peores condiciones.
Las reflexiones de los espectadores en la presentación en el Teatro de la Motion Picture Association (MPA) de la capital estadounidense, llevan las miradas a aspectos de la producción y sus significados.
Algunos están interesados por las secuencias y los dobleces del personaje protagónico, otros por lecturas de “las poderosas imágenes” de la cinta. Al congresista Joaquín Castro, invitado a la presentación, le pareció “un espejo de muchas realidades”.
Durante la discusión también afloraron el papel de la prensa en la actualidad, la ligereza de las redes sociales y las cosas no contadas o sepultadas por la vertiginosa velocidad mediática.
La cinta de tres horas de duración es un viaje que marca una línea del tiempo del director, que irrumpió a inicios de este siglo con Amores perros (2000), memorable pieza de la cinematografía mexicana que marcó un hito y reveló nuevas formas de contar historias, y que fue madurando a filmes como Babel (2006), con la que Iñárritu emprendío camino a la esfera global de la cinematografía.
La vuelta a unas raíces torcidas
La crítica en Venecia fue mordaz y vio en Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, “un culto” del director “a su propio ego” y leyó en las líneas del filme "una carta de amor remitida a sí mismo”.
La sección especializada de El Periódico en España, la calificó como una pieza que “ha sido cuidadosamente diseñada a modo de elefantiástica obra magna” porque Iñárritu –dijo ese medio- es un especialista a la hora de hacer películas convencidas en su propia significancia.
Y que esta película está hecha “a base de trucos visuales”, usados por el director para exponer su fama, los sentimientos de culpa y la relación con su familia, como excusas “para intentar apabullarnos de ocurrencias de puesta en escena, imponentes coreografías y demás exhibiciones de virtuosismo”.
Desde el lado mexicano, se mira desde otra perspectiva. Un análisis de la pieza realizado por el cineasta y escritor Kyzza Terrazas, titulado 'Bardo y su épica onírica', que publicó entre otros medios El País, profundiza en varios aspectos del vivir, del ser mexicano dentro y fuera del territorio, por lo que insta a ver la cinta desde esas múltiples perspectivas que ofrece Iñárritu.
Además, compara el filme al éxtasis que le generó –mediado por el tiempo- la opera prima del director Amores perros, pero en esta nueva historia el director navega en dos escenarios emocionales dentro y fuera de México.
“Bardo es una película que cuenta la épica onírica sobre el malogrado regreso de un héroe (¿antihéroe?) a su tierra natal, en este caso un México-Ítaca hecho de recuerdos, falsas expectativas y espejismos, antes de emprender el último vuelo hacia el misterio abismal de la muerte”, escribió Terrazas.
Este crítico dice que la nueva cinta de Iñárritu “hierve” y está llena de emociones, prejuicios y en suma es “desesperadamente compleja” al sumergir el director al espectador en el “lodazal” que plantea Bardo.
Y esto sin entrar a las múltiples preguntas abiertas que deja una producción de esta factura como: ¿Qué significa ser celebrado y odiado en tu propio país y ver aquello con cierta distancia? ¿Qué se siente poder ir y volver a Estados Unidos cuando tantos otros mueren al cruzar esa herida llamada frontera? ¿Cómo vemos los que vivimos aquí a los que viven allá? ¿Cómo se juzga el privilegio desde el privilegio? ¿Cómo se ve el privilegio desde la carencia y viceversa? ¿Qué pasa cuando intentamos regresar a nuestras casas pero nuestras casas ya no existen? ¿Qué ocurre cuando nos damos cuenta que irremediablemente ya no somos los mismos? ¿Qué le hace la muerte a todo ello?.
Raudal de cuestionamientos que solo se pueden procesar al ver la película, diseccionarla y encontrar los hilos de la madeja que aporta Iñárritu y su selecto elenco en esta nueva cinta para ver estos días no menos turbulentos.
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