El silencio en la ciudad de Izium, en la región de Járkov, se parece al de la conocida Bucha en la zona de Kiev. Ambos sitios ucranianos están a horas de distancia por tierra y sus residentes saben lo que es la ocupación de las fuerzas militares rusas.
Hoy, a simple vista, pareciera que con la liberación estos territorios han regresado a una relativa normalidad. Sin embargo, la destrucción dejada por los rusos no solo es física. Y eso se siente desde el momento exacto en el que se pone el pie en cualquiera de las dos ciudades.
La prueba es que en ambos sitios todavía hay zonas minadas o con peligro latente pese a que fueron limpiadas. El uso de las minas es parte de una estrategia de guerra que busca lastimar a militares y civiles del bando opuesto tras la partida de la fuerza invasora.
Así que cuando llegué a Izium fui advertida de que no podía salir del camino y que entrar en una zona boscosa es un peligro potencial. Eso lo supe por el alcalde de esta ciudad, quien advirtió a nuestro equipo que dos personas habían muerto y una más resultó herida cuando el vehículo en el que viajaban pasó por encima de una mina que explotó.
El silencio de las calles es interrumpido de vez en cuando por las alarmas áreas, un recordatorio de la constante amenaza que para algunos de los residentes durante los primeros días de la guerra significó resistir en el sótano de la casa.
Peor aún, para quienes no tienen un refugio como Olga Khmarna, la anciana de 103 años que vive con su hija, significó sentir las explosiones detrás de su ventana. Dice que el estruendo la dejó temporalmente sorda y con la visión borrosa.
Olga Khmarna
Olga no camina, padece de sus dos piernas desde hace años. Pero su hija la cuida, la mueve en su silla de ruedas, le susurra al oído cuando ella necesita escuchar algo. Aunque se le hable alto, la voz de su hija es la que ella reconoce más fácilmente.
Su casa es humilde. Tiene el baño en el patio del frente y una estufa con una tetera resaltan en la cocina, la cual es oscura y algo fría. Ella duerme cerca a la cocina, donde está más lejos de la ventana, un cálculo que hacen los ucranianos en estos tiempos de guerra, donde los lugares cerrados sirven como refugio en caso de un bombardeo.
En la sala entra mucha más luz mientras se pasea un gato gris, curioso de todo. Olga quedó huérfana a los cinco años, su padre era bolchevique y su madre tenía un problema del corazón. Pero ella, ha vivido y su capacidad mental está intacta, habla elocuentemente, recuerda los detalles y asegura que es una mujer querida así como respetada en su comunidad.
Lo dice sin presumir y comprobé que es cierto. En apenas unas horas, mientras hacía mi reportaje junto al equipo de grabación, Olga me robó el corazón.
Su positivismo, su amabilidad y su capacidad de sobrepasar las dificultades la hacen excepcional. Olga sobrevivió la ocupación rusa, pero el temor de que regresen continúa. Y espera celebrar su cumpleaños 104 el próximo 18 de noviembre, en contexto en el que sigue la guerra y la perspectiva de que llegue a su fin no se ve en el horizonte.
Mientras tanto, Olga se enfoca en su nietos y en especial en su bisnieta, de quien habla con amor y mucho orgullo.
El valor de la actitud
Conocer a Olga en medio de estas circunstancias es un recordatorio de lo valiosa que es la actitud. Ella escucha cada día las noticias como el resto de los ucranianos, pone atención y apoya a sus tropas.
Pero también le interesa que los demás estén bien. Así lo noté cuando me dijo que me deseaba lo mejor en los proyectos en mi vida. Su sonrisa ilumina la habitación en la que permanece sentada en la silla de ruedas, dependiente de su hija que la observa con cariño, respeto y admiración. Ambas son sobrevivientes a los días y las noches de la ocupación rusa en Izium, donde fosas comunes fueron encontradas llenas de muertos.
Nombres y rostros
Más de 500 cuerpos fueron encontrados en dos grandes fosas comunes en Bucha, ocupada por los rusos durante 33 días. A más de 10 kilómetros de la capital Kiev, esta ciudad fue el escenario de torturas, de acuerdo con denuncias de las autoridades ucranianas.
En Bucha está la “calle de la muerte”, como se le conoce al sitio donde encontraron más de 60 cuerpos. Las imágenes de entonces marcan el horror: un hombre yace al lado de una carretera, por donde venía en bicicleta junto a su perro. Su mano aún sostiene la correa de su perro que espera sentado.
Muchas más imágenes quedan en la memoria colectiva: cuerpos rodean a una ambulancia que se ha detenido a recoger un cuerpo que yace en la calle.
El padre Andriy Halovin también sobrevivió a la ocupación -explica- evitando hablar con los rusos.
Teléfono en mano, Halovin me muestra la fotografía de un sacerdote amigo suyo y dice: "Habló con ellos [los rusos] y esto le pasó". Ante mis ojos el cuerpo sin vida de su amigo el sacerdote.
Halovin explica que su iglesia no fue destruida de milagro después de que un misil la impactó y abrió un hueco, pero el artefacto nunca explotó. La iglesia y su jardín se han convertido en el lugar donde se recuerdan a las más de 500 personas asesinadas y tiradas en fosas comunes.
Tras la liberación de Bucha, todo fue documentado, el dolor profundo de esta comunidad que está en cada una de las fotos en exhibición permanente en la iglesia, donde también hay una imagen del padre con la delegación de la Unión Europea, que llegó hasta allí para constatar que los cuerpos fueron envueltos en bolsas negras.
Este sitio honra la memoria de los caídos. El propósito es recordarlos a todos, desde el más joven -un niño de dos años- hasta la víctima de más edad, una persona de 99 años. Placas con sus nombres cuelgan de una pared a la que más retratos pudieran llegar en un país donde se siguen librando batallas.
Han pasado dos años desde que Vladimir Putin decidió invadir a Ucrania, uniendo para siempre a estas dos ciudades que entienden el dolor de la ocupación y tienen la resiliencia para reconstruir a pesar de la amenaza.
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