Jenny Camacho ha tenido que pasar por diferentes pruebas en su vida: salir de su natal Caracas, llegar a Colombia sin un ingreso estable, superar un cáncer de seno y, ahora, mantener abiertas las sedes de la pastelería saludable Xocolat and More en medio de la pandemia de la COVID-19 que azota al mundo, y garantizar trabajo a sus empleados que en su mayoría son venezolanos.
Tras cinco años de vivir en Bogotá, Jenny ha logrado convertirse en un referente en la ciudad, con la venta de sus postres y alimentos saludables, aptos para diabéticos, personas con cáncer e intolerantes a cierto tipo de ingredientes.
“El camino fue largo, no fue fácil, pero siempre he tenido la suerte de tener colaboradores. Soy venezolana, siempre he estado trabajando con venezolanos… Todas eran personas que venían llegando a Colombia y no tenían nada… Conmigo siempre conseguían esa parte amiga en la que llegaban y podían trabajar, sobre todo dignamente, que era lo más importante para mí”, contó la chef a la Voz de América.
Sin embargo, durante la pandemia, se enfrentó a un gran dilema: su salud y su negocio: “Yo decía: ¿Qué hago? Si yo cierro las puertas, esta gente se queda sin trabajo, literal. Estábamos hablando con más de 30 y tantos empleados, y pues no era fácil para ellos. Yo también me ponía en un 3 y 2, porque estaba mi salud”.
Confiesa que muchos decían que, sin trabajo, debían regresar a Venezuela porque son personas que, generalmente, estaban solas. Así que, como ella dice, decidió apostar y convocó a su equipo de trabajo para salir adelante.
“Ya pasamos Venezuela, yo pasé el cáncer, pasemos el COVID también”, cuenta orgullosa.
Cambió su estrategia comercial. Algunos meseros se volvieron domiciliarios, la meseras ahora atienden un nuevo Call Center [centro de llamadas] y se ha hecho un fuerte trabajo con anchetas [donación, regalo o gratificación], cursos online y el trabajo en redes sociales. Jenny le dijo la VOA que, aunque está en cuarentena, se sienten más aliviados y estables.
“Más allá de la reinvención, es también el tema de que todos tuvimos que aprender actividades que no teníamos, entonces hubo un momento en que todos se trancaban… ahora somos 'toderos'”, cuenta.
“Lo logramos”, dice Jenny, “estamos muy cerca de volver a como estábamos antes” porque, para ella, “a pesar de todas las crisis, nosotros como venezolanos, tenemos el máster, así que sigamos, sigamos…”.
“Dignificar y humanizar”
Alba Pereira, otra chef venezolana que reside en Colombia, lo perdió todo en un par de días: su negocio, sus ahorros, su casa, su carro… su vida en su natal Barquisimeto, en Venezuela. Todo, según ella, por ir en contra del gobierno chavista.
“Yo soy perseguida política. En ese momento mucho más porque, ¿sabes? Hace 20 años atrás rebelarse era como la locura. Yo me rebelé y tuve muchos inconvenientes. Perdí mi vida, porque perdí el trabajo de muchos años”, dice esta chef que, desde hace 16 años, vive en Colombia.
Sin embargo, estas circunstancias la impulsaron a crear diferentes proyectos en la ciudad de Bucaramanga, lugar que ella escogió “a dedo” para cumplir sus sueños. Hoy, dirige la Fundación Entre Dos Tierras, creada hace 12 años para apoyar a venezolanos y colombianos en situación vulnerable.
Aunque trabajó ocho años, en una empresa de la ciudad, Pereira abrió en agosto de 2013 su propio restaurante. Además de los comensales, empezaron a llegar sus compatriotas para preguntar por asesorías de negocios.
Ese año coincidió con las protestas en contra del Gobierno en Venezuela por parte de jóvenes: “Se comienzan a dar una serie de manifestaciones donde hay muchos muertos y empiezan a pedir ayudas. Yo comienzo a pedir ayuda pero por Facebook… Y resulta que tuve que habilitar dos espacios del restaurante para las donaciones que llegaron. Fueron tres toneladas de donaciones. Desde ahí a hoy no he podido parar”, confesó Alba a la VOA.
La fundación y Alba siguieron por muchos años enviando alimentos, ropa, medicamentos y otro tipo de ayudas. Incluso, en 2015, cuenta la venezolana, lograron hacer una jornada de donación y atención, de diferentes especialidades, muy cerca de Bucaramanga.
En ese momento, dice, el restaurante se convirtió en la propia fundación; teniendo incluso que arrendar un local cercano para seguir atendiendo las ayudas.
“En diciembre de 2017, nos llega el primer caminante. Venía a pie de Cúcuta. Iba para Medellín (…) El 3 de enero, había 100 personas, el 29 de enero había 600 personas en una plaza. Comienzan entonces... ahí se unen mucha gente, y empiezan a llamarme”, recuerda. De esa manera la fundación ha ayudado con alimentación y donaciones a colombianos y venezolanos desplazados e incluso a caminantes que van por carretera.
Aunque el año pasado el restaurante tuvo que cerrar por razones económicas, y la fundación entregó su sede (por la presión de los vecinos del sector), Alba maneja desde su casa la fundación y cuenta que actualmente trabaja mucho más que cuando tenía la sede, tratando de articular a diferentes actores para que lleguen las donaciones y se repartan a las personas que más lo necesitan.
“El día que cerramos la sede entregábamos 900 comidas por día”, dijo. En medio de la pandemia, cuenta que lograron entregar 1.000 kits con alimentos, gracias a la donación de organizaciones y universidades. También, han proporcionado asesorías legales con abogados de ACNUR y voluntarios. Así mismo, desde el 23 de marzo a hoy, dice Alba “se han servido un poco más de 40.000 platos de comida calientes”. Explica que ha sido posible gracias a que la Alcaldía de Bucaramanga buscó su apoyo para poder cocinar para la población vulnerable y, a pesar de que ella no puede salir de casa por su condición de salud, cuenta con un equipo de 12 voluntarios que cocinan en un espacio adecuado para llevar alimentación a sectores vulnerables de la ciudad.
“El lema principal de la fundación es dignificar y humanizar”, dice Alba de una labor que espera realizar siempre.
Una ayuda ‘musical’
Antes de que comenzara la cuarentena, la Fundación para la Integración Musical de Colombia (Fundimusicol) trabajaba con jóvenes músicos venezolanos y colombianos en ensayos, prácticas y presentaciones.
“Estos muchachos venían de trabajar en cualquier cosa, Rappi (servicio de domicilios), Call center, trabajaban en las calles y, después su trabajo, iban a la orquesta a hacer música, a ensayar y luego teníamos conciertos”, explica Álvaro Carrillo, director ejecutivo de la fundación.
Pero la pandemia los ha obligado a parar y, actualmente, están enfocados en buscar ayuda humanitaria para los músicos, “no solo los que están en Fundimusicol, sino que estamos ayudando a los músicos venezolanos que estén en Colombia”, cuenta Álvaro.
A través de diferentes grupos de WhatsApp, se contactan con músicos venezolanos y colombianos retornados en Bogotá, Cúcuta, Cali, Medellín. Mediante estos grupos envían formularios que les permiten tener bases de datos para identificar y asignar las diferentes ayudas.
Algunas fundaciones y la Embajada de Austria han donado kits de alimentos que han entregado a diferentes familias. Actualmente, están adelantando una jornada para recoger fondos a través de una plataforma de Crowdfunding, que permita ayudar a estas personas.
“Se han entregado de 450 a 500 mercados en toda Colombia, donde el fuerte es Bogotá (400) y en Cúcuta… Actualmente, la idea es estar en todo el país”, dice Álvaro.
“La situación actual es muy complicada, ya que estos músicos, su verdadero trabajo, un 90% es la informalidad. Ahorita no se puede tocar en calles, ni restaurantes. Para ellos, es muy difícil poder sobrevivir con esta pandemia, y ellos no cuentan con recursos directos del Estado ni un trabajo estable que puedan ayudarse”.
No obstante, Álvaro cuenta que muchos de estos músicos están ofreciendo clases particulares y conciertos desde sus hogares.
Según la oficina para el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ACNUR, Colombia ha sido el país que ha acogido el mayor número de personas desplazadas a través de las fronteras, con un total de 1,8 millones de migrantes venezolanos.