Hace 50 años, el entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, asumió el poder en un mundo polarizado por la Guerra Fría.
En su célebre discurso inaugural reconoció que ese mundo era un lugar “muy distinto” al pasado, pues el hombre tenía en sus manos las herramientas para “abolir toda forma de pobreza” pero también para “suprimir toda forma de vida humana”.
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A su llegada a la Casa Blanca con apenas 43 años de edad, no se dejó vencer por los miedos. En un gélido 20 de enero de 1961, pasó la antorcha a una nueva generación de estadounidenses y llamó a los compatriotas a tomar las riendas del futuro con fuerza y sacrificio.
"Pregúntense no lo que su país puede hacer por ustedes, sino lo que ustedes pueden hacer por su país", instó el flamante presidente católico, sin imaginar que estas palabras dejarían una huella imborrable en la conciencia de los estadounidenses, necesitados de una buena dosis de optimismo e ilusión.
El reinado de “Camelot” no fue tan idílico: la crisis de los misiles en Cuba en 1962, la estrepitosa invasión de Bahía de Cochinos, y una presidencia truncada por el asesinato de Kennedy el 22 de noviembre de 1963, trajeron a los estadounidenses de vuelta a la realidad.
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Pero las palabras del mandatario aún hoy resuenan en las paredes de la Casa Blanca. Su llamado a luchar contra “la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la guerra”; a no tener miedo a negociar, pues la “civilidad no es indicio de debilidad”, y a explorar qué une al hombre en vez de insistir en los problemas que lo dividen, son consejos más vigentes que nunca para la era de Barack Obama.
¿Por qué? Obama, nombrado por muchos –incluyendo Caroline Kennedy- como el heredero del reinado de Camelot, también desembarcó en Washington con una promesa de cambio. En tiempos difíciles, de dos guerras en el extranjero, el primer presidente afro-estadounidense parecía ser el único capaz de unir a un país dividido.
Al igual que en el caso de John Kennedy, su idealismo tropezó con el estancamiento de las guerras, una recesión económica más larga de lo esperada y duros embates con el ala republicana del Congreso que propiciaron la derrota demócrata en las legislativas de noviembre pasado.
Si comenzará una nueva era o no, una era más “cívica” tal como pidió Obama, está por verse. Pero cuando la coyuntura actual obliga a los políticos –y al pueblo- a ser más pragmáticos y menos idealistas, también es saludable renovar la esperanza de tanto en tanto.